![]() |
Crédito Imagen: Pepe Le Pew, Looney Tunes de la Warner Bro. |
Provengo de una mezcla orgánica de flaca maldita con gordito glotón. Obviamente, no saqué los genes de mi madre y pasé mi niñez inmersa en una batalla por defender mi derecho al pan con chancho y los helados.
Como le pasó a muchos y muchas, ser gordita encausó mis encantos pa´otro lado. Nunca tuve problemas con la repartición de cerebro y gocé de una buena personalidad: simpaticona, chistosa, ocurrente, histriónica y terminé genéricamente encasillada como "buenamoza". Extrañamente, mi personalidad oscilaba entre autoestima agonizante y una curiosa falta de pánico escénico. Mi capacidad de defenderme en cualquier situación y ser "todo terreno" me hacía pensar que no era impololeable. Pinché harto, era coqueta, medio vampirona, kinder sorpresa, onda misterio.
Paradójicamente, después de transitar al mundo de los flacos tonificados, cuando descubrí que a los ojos del mundo me veía rica, me enfrenté a un escenario completamente desconocido: la gente se sorprendía de que no fuera hueona. Tal cual. Es como si cerebro y cuero no pudiesen coexistir.
Cuando vienes del hambre y te regalan un banquete, no sabes qué hacer. Con la "belleza" (estándar) es lo mismo: cuando vienes de ser medio patito feo y te ves rica de pronto, no sabes qué hacer con tanto poder. Te embriagas. Tiendes a seguir escondiéndote o al contrario, a mostrar todo lo que tenías cubierto por los polerones XL. En mi caso, me destapé como corchito de champagne, incrédula y bañada en autocrítica. La era marakiwi. Muy raro todo. Cuando empecé a verme "apetecible", recibí una cantidad de atención que no siempre era buena. De pronto, hubo hombres que sintieron que tenían derecho a decirme que tenía lindos pechos ("me gustan tus pechos", así de la nada), que si me podían tocar los glúteos porque se veían duros, le dijeron a algún acompañante de esa época que "era mucha carne para tan poco gato", me langüetearon el hombro porque "me veía exquisita", me olieron desde la espalda hasta la nuca como si me estuvieran jalando solo para decirme "hasta el olor lo tení rico", me trataron de agarrar las tetas mil veces con saludos chanfleados, abrazos cuneteados, me corrieron la cara, me abrazaron sin permiso apretándome por las caderas, me dijeron amargada porque no acepté irme sola con alguien a su casa, me dijeron "y habla el mono" como un piropo porque tenía opiniones inteligentes "aún cuando me veía muy pinturita", etc, etc etc. Claro, porque la culpable eres tú. ¡Qué hiciste abusadora! IM-PRE-SIO-NAN-TE. En esa época yo me preguntaba si estaba emanando alguna clase de feromona que hacía que los hombres se pusieran violentos-patudos, pero después me di cuenta que solo sucedía cuando yo no mostraba interés. Me convertía en presa, en objetivo, en ítem de la lista por completar. Cuando yo coqueteaba con alguien, esa persona generalmente se comportaba como PERSONA NORMAL, caballerosamente entrando al juego del flirteo sensato y agradable. Había comunicación y respeto, códigos comunes. Y no miento que también era entretenido manipular las situaciones para ver hasta dónde podía llegar en las conquistas. Truco del jedi.
Cuando tienes la autoestima de una gordita en pausa como yo, a veces no entiendes que esos abordajes brutales no son normales. Uno asume que "los hombres son así", son jaurías, son testosteronas punzantes que no son capaces de racionalizar los impulsos, activados por la forma en que te ves, te vistes, te mueves, te desenvuelves o a veces ni siquiera eso, depende totalmente de ellos. Terminas pensando en que eres un imán al cual se ven inevitablemente atraídos cuando su anatomía se pone metálica en los países bajos. ¿Qué haces entonces? Te defiendes, en el mejor de los casos. Imponiéndote, desviándolo con humor, bajándole el perfil, evitando lugares y personas, buscando estrategias. Si, eres tú, la víctima, quien tiene que darse la paja de solucionar la cuestión, porque con quejarse no basta.
Estos días he leído tantos comentarios a raíz de los diversos casos de abuso denunciados en Chile y el mundo (el más reciente de Nicolás López) y me han dolido, por sobre todo, aquellos esbozados por mujeres en contra de otras mujeres, tratándolas de trepadoras, de maracas, criticándolas sin piedad alguna por haber sido abusadas o irrespetadas, y luego denunciar, "quejarse". No me cabe la menor duda de que todas y cada una de esas mujeres que critica, ha sido abusada en algún grado en su vida y lo han normalizado, o peor aún, no se han dado cuenta; aquellas que ven en el acoso callejero una actitud inocente y galante, o un intento de violación como algo "obvio" si te vistes provocativamente o "te fuiste a meter al departamento de un gallo solo", no solo son focos de equivocación para ellas mismas, lo peor de todo es que muchas de ellas siguen criando a estas legiones de hombres sin noción de los límites que hay entre el flirteo y la invasión, o derechamente, el abuso.
La crianza sin duda es un componente primordial en este flan cultural del acoso; el traspaso y arraigo de estas creencias, hacen que cuaje la idea de que las mujeres se quejan de histéricas y de que pa' que te hacís la mosquita muerta si igual te gusta el hueveo. Pienso en Nicolás López y su defensa que dice que básicamente es una mierda de persona pero no es un abusador, como si eso fuera un atenuante. Pienso en el episodio que él relata, cuando le da vuelta un termo con comida en la cara a su mamá, porque encontraba perno que ella le llevara el almuerzo al colegio. Pienso no solamente en el trabajo que debemos hacer las que estamos criando hombres, sino que también en la pega que deben entender y realizar quienes crían mujeres dentro de sistemas machistas (como el nuestro), puesto que no solo las convierten en futuras cómplices o agentes que potencian y perpetúan los mismos vicios culturales, sino que también las convierten en futuras víctimas de lo que ellas consideran que "está bien y es normal".
Uno puede llegar a entender una capa de lo que compone a tipos como Nicolás López; aquella capa un tanto triste, como el hecho de que él piense que nadie lo va a pescar sin esa armadura de popularidad que le da su pega. Es triste. Todos hemos cometido errores criticando, juzgando, transgrediendo a otros en mayor o menor grado, pero aprendemos. Todos estamos en el camino de asimilar y evolucionar. Lo preocupante es cuando ya te diste cuenta de que la estabas cagando y seguiste en la misma, cerrando los ojos avanzando hasta que el elástico se corte, como sucedió con este tipo, impulsado por todo ese grupo de amigos, colaboradores y compañeros que observaban asqueados sus conductas, pero no fueron capaces de decir nada por la ilusión de que la excentricidad y la "fama" (provenga de donde provenga) te convierte en un weón con licencia para hacer lo que se te venga en gana. A mí aparte de rabia me da pena. Me da pena que un weón vaya por la vida contagiando toxicidad y haciendo las de kiko y caco y no cache que está mal. Eso era evitable, ese weón necesitaba terapia a temprana edad (como muchos de nosotros, seguramente). Alguien que le dijera que gordito y nerd lo iban a querer igual. Me da rabia que haya cientos de pendejos como él creciendo, sin ser detectados ni corregidos y no serán famosos, por ende no habrá tanta denuncia ni tanta condena pública. Es el profesor pasao pa' la punta, el jefe mañoso, el tío de la reunión familiar. Están ahí.
La irreverencia está mal entendida y sobrevalorada. Ser único y ser excéntrico no es sinónimo de ser un saco de weas. Y el no, créanme, es siempre no. Y si tienes que pedirlo y forzarlo, entonces papeto, no era para tí. Loco, sigue buscando. Te aseguro que encontrarás a otro con tu misma patología, que te amará sin tener que chantajearlo. Como última reflexión, desde el sindicato de los gorditos, nos entristece profundamente que en este caso, el nerd subvalorado, no era el héroe de la película y ciertamente no se queda con la chica.
Comentarios
Publicar un comentario