Ir al contenido principal

Programa de Protección a testigos

¿Han sentido alguna vez que ya no pueden lidiar más con la labor de criar? ¿Han tenido la imagen mental de ustedes, solas o acompañadas (yo creo que solas) con el cabello al viento arrancando a la promesa de un lejano destino mandando todo a la mierda?  Bueno, yo sí. Lo terrible es que vivo atrapada en la sensación de que no puedo vivir sin mis críos. Es como la canción de Andrés Calamaro, "Me estás atrapando otra vez":  Te extraño cuando llega la noche, pero te odio de día. Estamos claros, no los odio. Solo desearía tener más tiempo para recuperarme de todo lo que tengo que hacer durante el día y volver a tener esos espacios para sacarme los bigotes, tomar una ducha sin tener la oreja pará como un radar, detectando si los infantes no están destrozando el lugar. Si, exagero en lo de destrozar el lugar. Debo reconocer que a estas alturas en que mis hijos tienen 4, 5 y 13 años ya no estoy tan preocupada de que se lancen del sillón estrellándose contra la cerámica o metan los dedos al enchufe.  No son tan mal portados, pero son niños y yo soy cuática, aprehensiva, miedosa y fatalista.  Creo que nunca me recuperé del miedo inicial de cuando recién nacían: "me los voy a pitear, me los voy a pitear, me los voy a pitear".  Me pasaba la noche constatando que estaban respirando (los picoteaba con el dedo en caso de que no pudiera sentir su respiración) y sufría cuando la fiebre los convertía en guateritos humanos, pensando en que su pequeño cerebro se estaba friendo sin retorno. Y es que en un momento pasamos de estar a cargo de alguien a estar encargados de alguien, y esa transición es fuerte y confusa.

Vengo de una familia donde mis papás la cagaron en tantos sentidos que nunca estuve muy convencida de que me hubiesen cargado el archivo maternal en el chip divino. Lo bueno es que ellos no me criaron y me crió mi abuela, lo que fue bueno para mí porque la vieja es seca en todo, un amor, buena mamá, clever, metódica. Por otra parte, su crianza es una vara alta y yo salto menos que tortuga de agua.

Y bueno, una de las pocas cosas que sé hacer con dignidad relativa es escribir, y escribí un libro. Se llama Cabros que lindos #CabrosQL y trata de esta secta llamada maternidad, donde se le rinde culto al crío y no podemos salir nunca, porque el contrato no tiene fecha de término. Así, como un mensaje en la botella, lanzo estas letras con la secreta esperanza de que alguna madre náufraga por ahí se reconozca y me envíe otra botella, llena con licor.

Bienvenidos a mi blog y a mi acontecida existencia, donde no hay tiempo y como el tiempo es oro, tampoco hay dinero. Un abrazo a todas y todos los sobrevivientes del golpe más certero:  "el guaguachi"; el programa de protección a testigos donde nunca más te encontrará tu antigua vida.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Señorita con poto de señora

Tengo 3 hijos y vivo con el padre de los niños hace casi 10 años… se podría decir que estoy casada, pero no lo estoy.   Soy soltera, con poto de señora. Y no me molesta, la verdad es que a mis 42 años ya estoy más que resuelta (léase resignada) a que mi anatomía no será objeto de sorpresa en las redes sociales, como la viejita de 90 que hace fitness y se ve como de 30. No, yo estoy para el antes, en el antes y después. Hace poco uno de mis hijos me preguntó “¿por qué tú y mi papá no se casan?” .  Conchadetumadre, salté como que hubiese visto una araña. ¿De dónde sacaste eso? Y claro, la abuela católica que de cuando en vez le hace comentarios sobre por qué no estamos casados y por qué no se han bautizado.   ¿Cómo le explicas a uno de 12 que firmar el papelito no te asegura nada de lo importante excepto el patrimonio? ¿y que por otra parte tampoco te lo han pedido últimamente, así que no has tenido que pasar por la paja de cuestionártelo? Es un alivio igual. A mí...

Qué hiciste, abusadora.

Crédito Imagen: Pepe Le Pew, Looney Tunes de la Warner Bro. Rica no soy, partamos por ahí. Digamos que estoy  #mahomenos. Tuve épocas (más cortas que estornudo de gato en comparación a mis cuarenta y tres otoños) en las que, a punta de voluntad espartana y sonajera de tripas, estuve reeeca. Turgente como durazno conservero. No te miento fui feliz, pero con muy poco amor. Provengo de una mezcla orgánica de flaca maldita con gordito glotón. Obviamente, no saqué los genes de mi madre y pasé mi niñez inmersa en una batalla por defender mi derecho al pan con chancho y los helados. Como le pasó a muchos y muchas, ser gordita encausó mis encantos pa´otro lado. Nunca tuve problemas con la repartición de cerebro y gocé de una buena personalidad: simpaticona, chistosa, ocurrente,  histriónica y terminé genéricamente encasillada como "buenamoza".  Extrañamente, mi personalidad  oscilaba entre autoestima agonizante y una curiosa falta de pánico escénico. Mi capacidad de ...

¿Falta mucho?

 ¿Se acuerdan cuando eran chicos y se sacaban la cresta en bicicleta, o se pegaban cabezazos, se pelaban las rodillas o se quemaban la lengua tan fuerte con la leche que les quedaba insensible por unas horas? Hace poco pensaba en qué cortos eran los tiempos de recuperación de esas pequeñas tragedias. Llorabas, te enjuagabas la rodilla, te echaban metapío, agua oxigenada, povidona, tal vez un parche y vamos nuevamente a lo mismo, sin miedo. Con cautela pero sin miedo. Tiempo récord. Cuando yo era muy pequeña, onda 6 años, íbamos a Fantasilandia bien seguido con mi abuela y mi tío abuelo. Me subía a cuanta weá me autorizaban a entrar, pero mi preferido era el tobogán: "La alfombra mágica". Tenía una escalera gigante, medía 14 metros, que para mis patas cortas eran una eternidad en subida. Te pasaban un saco y luego del peregrinaje empinado por la escala con peldaños abiertos (que me producían un vértigo terrible), te sentabas sobre el saco en el borde del tobogán. Entonces ...