¿Se acuerdan cuando eran chicos y se sacaban la cresta en bicicleta, o se pegaban cabezazos, se pelaban las rodillas o se quemaban la lengua tan fuerte con la leche que les quedaba insensible por unas horas? Hace poco pensaba en qué cortos eran los tiempos de recuperación de esas pequeñas tragedias. Llorabas, te enjuagabas la rodilla, te echaban metapío, agua oxigenada, povidona, tal vez un parche y vamos nuevamente a lo mismo, sin miedo. Con cautela pero sin miedo. Tiempo récord.
Cuando yo era muy pequeña, onda 6 años, íbamos a Fantasilandia bien seguido con mi abuela y mi tío abuelo. Me subía a cuanta weá me autorizaban a entrar, pero mi preferido era el tobogán: "La alfombra mágica". Tenía una escalera gigante, medía 14 metros, que para mis patas cortas eran una eternidad en subida. Te pasaban un saco y luego del peregrinaje empinado por la escala con peldaños abiertos (que me producían un vértigo terrible), te sentabas sobre el saco en el borde del tobogán. Entonces dabas el salto de fe...más bien te daban un pequeño empujón de fe. Empezabas a deslizarte suavemente primero, pero en la segunda loma ya agarrabas velocidad y en mi caso empezaba a "volar" .. y a aterrizar rebotando en cada conchazo contra la siguiente loma, y vamos saltando y aterrizando con el culo adolorido. A veces llegaba el saco primero que yo, otras llegaba con la cabeza primero y las patas p'al lado del loly... me encantaba. Cada parte del proceso me daba un terror indescriptible: subir los peldaños y mirar hacia abajo entre los escalones abiertos, mirar desde arriba, tomar la decisión de tirarme y luego los culazos, pero cuando llegaba al final, abajo, chascona, agitada, me reía y pedía subir otra vez. Cuando era más pequeña (muy pequeña de hecho, a la usanza de las normas de seguridad de los 80), mi abuela y mi tío le pagaban a algún cabro un poco más grande para que me llevara de la mano o se tirara conmigo, sentados en el mismo saco. Y así dos, cuatro, seis veces, hasta que no era capaz de volver a subir la maldita escalera. Y es que siempre mi humanidad fue abundante, jadeante.
El otro acto de masoquismo era ir a la mansión embrujada. La última vez que fui debe haber sido en la adolescencia y nunca, nunca fui capaz de mantener los ojos abiertos todo el trayecto. También me subía más de una vez si la fila no era tan kilométrica. En los autitos chocadores quedaba con dolor de cervical por tirarnos a toda velocidad unos contra otros y más de una vez me bajé vomitando del pulpo o con las patas tiritonas de la montaña rusa. Pero volvía a subirme, una y otra vez.
Yo no sé si le sucederá a todo el mundo pero los envidiables tiempos de recuperación de años atrás me parecen tan lejanos. Hasta antes de tener a mi primer hijo podría decirse que era una mina temeraria, arriesgada, incluso un poco carente de instinto de conservación. Pero luego de convertirme en mamá me transformé en alguien lleno de miedos, todo me cuesta más, todo lleva más tiempo de recuperación. Tal como entonces vuelvo a subirme una y otra vez al juego, pero necesito tiempos ridículos para recuperar el aliento.
Hace un par de días tuve una situación de autos con un weon que venía rajado por la avenida y me empezó a bocinear porque yo salí a velocidad normal-lenta y la verdad es que no lo ví, porque el weón salió rajado de no sé donde cruzando dos pistas. Quedó detrás mío bocineando, yo no pesqué. Doblé en U siguiendo mi camino y el jetón retrocedió solo para seguirme y putearme: tres cuadras tirándome el auto encima, gritándome como un demente. Me asusté. Llevo varios días temiendo encontrármelo de nuevo, al psicópata re culiao (excuse my french). Tengo miedo. Tengo miedo de que les pase algo a mis hijos mientras están bajo mi cuidado, tengo miedo de no cumplir con las obligaciones, con los pagos, de fallar emocionalmente, de fallar físicamente, de enfermarme, de que se enfermen, de no darme cuenta, de hacer cosas a propósito, de morirme de un ataque al corazón por stress, de morirme de pena por no lograr nada, de perderme entre tanta hueá que pienso y siento. Tengo miedo de pitearme emocionalmente a mis hijos. ¿Cuándo mierda voy a recuperar la cordura? Siento que he ido rebrotando incendios de un tipo de depre post parto desde hace 13 años. Ya está bueno ya ¿hasta cuándo cresta?
Extraño esa voz interna que te decía "voh dale, todo va estar bien". La misma que me llevó a cometer errores como afeitarme los brazos con una prestobarba, echarme impulse con la pierna arriba y terminar con la vagina ardiendo, cortarme la chasquilla sola, estirar elásticos, usar tacos demasiado altos y terminar con esguince de tobillo, irme sola caminando en sectores que no conocía, hacer dedo, etc. Extraño tener esa certeza de que "si puedo", que todo va a pasar y nada es tan terrible. Finalmente estamos claros que mi ángel de la guarda es brígido... debería tener más confianza y volver a sentarme en el saco y disfrutar el viaje. ¿Cuánto falta para llegar a esa sensación de otra vez?
Cuando yo era muy pequeña, onda 6 años, íbamos a Fantasilandia bien seguido con mi abuela y mi tío abuelo. Me subía a cuanta weá me autorizaban a entrar, pero mi preferido era el tobogán: "La alfombra mágica". Tenía una escalera gigante, medía 14 metros, que para mis patas cortas eran una eternidad en subida. Te pasaban un saco y luego del peregrinaje empinado por la escala con peldaños abiertos (que me producían un vértigo terrible), te sentabas sobre el saco en el borde del tobogán. Entonces dabas el salto de fe...más bien te daban un pequeño empujón de fe. Empezabas a deslizarte suavemente primero, pero en la segunda loma ya agarrabas velocidad y en mi caso empezaba a "volar" .. y a aterrizar rebotando en cada conchazo contra la siguiente loma, y vamos saltando y aterrizando con el culo adolorido. A veces llegaba el saco primero que yo, otras llegaba con la cabeza primero y las patas p'al lado del loly... me encantaba. Cada parte del proceso me daba un terror indescriptible: subir los peldaños y mirar hacia abajo entre los escalones abiertos, mirar desde arriba, tomar la decisión de tirarme y luego los culazos, pero cuando llegaba al final, abajo, chascona, agitada, me reía y pedía subir otra vez. Cuando era más pequeña (muy pequeña de hecho, a la usanza de las normas de seguridad de los 80), mi abuela y mi tío le pagaban a algún cabro un poco más grande para que me llevara de la mano o se tirara conmigo, sentados en el mismo saco. Y así dos, cuatro, seis veces, hasta que no era capaz de volver a subir la maldita escalera. Y es que siempre mi humanidad fue abundante, jadeante.
El otro acto de masoquismo era ir a la mansión embrujada. La última vez que fui debe haber sido en la adolescencia y nunca, nunca fui capaz de mantener los ojos abiertos todo el trayecto. También me subía más de una vez si la fila no era tan kilométrica. En los autitos chocadores quedaba con dolor de cervical por tirarnos a toda velocidad unos contra otros y más de una vez me bajé vomitando del pulpo o con las patas tiritonas de la montaña rusa. Pero volvía a subirme, una y otra vez.
Yo no sé si le sucederá a todo el mundo pero los envidiables tiempos de recuperación de años atrás me parecen tan lejanos. Hasta antes de tener a mi primer hijo podría decirse que era una mina temeraria, arriesgada, incluso un poco carente de instinto de conservación. Pero luego de convertirme en mamá me transformé en alguien lleno de miedos, todo me cuesta más, todo lleva más tiempo de recuperación. Tal como entonces vuelvo a subirme una y otra vez al juego, pero necesito tiempos ridículos para recuperar el aliento.
Hace un par de días tuve una situación de autos con un weon que venía rajado por la avenida y me empezó a bocinear porque yo salí a velocidad normal-lenta y la verdad es que no lo ví, porque el weón salió rajado de no sé donde cruzando dos pistas. Quedó detrás mío bocineando, yo no pesqué. Doblé en U siguiendo mi camino y el jetón retrocedió solo para seguirme y putearme: tres cuadras tirándome el auto encima, gritándome como un demente. Me asusté. Llevo varios días temiendo encontrármelo de nuevo, al psicópata re culiao (excuse my french). Tengo miedo. Tengo miedo de que les pase algo a mis hijos mientras están bajo mi cuidado, tengo miedo de no cumplir con las obligaciones, con los pagos, de fallar emocionalmente, de fallar físicamente, de enfermarme, de que se enfermen, de no darme cuenta, de hacer cosas a propósito, de morirme de un ataque al corazón por stress, de morirme de pena por no lograr nada, de perderme entre tanta hueá que pienso y siento. Tengo miedo de pitearme emocionalmente a mis hijos. ¿Cuándo mierda voy a recuperar la cordura? Siento que he ido rebrotando incendios de un tipo de depre post parto desde hace 13 años. Ya está bueno ya ¿hasta cuándo cresta?
Extraño esa voz interna que te decía "voh dale, todo va estar bien". La misma que me llevó a cometer errores como afeitarme los brazos con una prestobarba, echarme impulse con la pierna arriba y terminar con la vagina ardiendo, cortarme la chasquilla sola, estirar elásticos, usar tacos demasiado altos y terminar con esguince de tobillo, irme sola caminando en sectores que no conocía, hacer dedo, etc. Extraño tener esa certeza de que "si puedo", que todo va a pasar y nada es tan terrible. Finalmente estamos claros que mi ángel de la guarda es brígido... debería tener más confianza y volver a sentarme en el saco y disfrutar el viaje. ¿Cuánto falta para llegar a esa sensación de otra vez?
Como decía el drogón de Bill Hicks "it's just a ride"
ResponderEliminarSigue vacilando ��
Gracias Seba, necesitaré mucho contentógeno para llegar a ese estado de relajo... pero seee... Hicks sabe.
Eliminar