Tengo un doble vínculo terrible de amor y odio con esas
mujeres que, aún siendo madres, tienen el súper-poder de arreglarse, verse
hermosas, operativas y frescas. ¿Cómo lo hacen? Yo hace años que soy esta
especie de #ZombieGordo con distémper que semi arrastra su trasnochada
humanidad del colegio al súper y del súper a la casa a la pega y al colegio
nuevamente.
Es mi caso, la autoestima es justamente eso. Auto “estima”.
Estima es una palabra con un truco. Si alguien te dice que “te estima” está
dosificando sus sentimientos para que no sean un “te odio”, no sea tan ofensivo
como un “me importas una hectárea de callampas” pero tampoco lo exageran para
que malentiendas todo y se convierta en un “te quiero”. No. Es lo justito: “Te
estimo”. No te subai por el chorro. Te convido un poco de mi aprecio pero
cuando llegue el #coronavirus no te voy a rescatar.
Eso es lo que la mayor parte del tiempo he sentido por mi
envase. Te estimo. Te autoestimo. No te sobrevaloro, me pongo medio hueona y no
te cuido en algunos períodos, pero tampoco digamos que te amo con locura. Ni
chicha ni limoná. (Y antes de que salten los ejércitos del empoderamiento,
sepan que me estoy terapiando y tratando de llegar al te amo).
El otro día veía en youtube unos videos de unas niñas
orientales haciendo unas transformaciones en cámara a base de maquillaje y un tipo
de scotch que se ponen en la barbilla y los cachetes. IM-PRESIONANTE. ¡Son
secas! Me puse a ver varios y entremedio había uno donde unos cabros gringos
miraban con horrorosa sorpresa la transformación, que francamente estaba al
nivel de efectos especiales. Yo pensaba, ok. ¿Te imaginai yo hiciera un video
de transformación completa? ¡Olvídémonos del maskin tape y pasemos directamente
a la cinta de embalaje! Pintura en spray, neoprén, la gotita, pasta muro, no
más clavos, w40 y destapa caño. Weón, qué admiración. ¡Son artistas!. Yo con
suerte me encrespo las 4 pestañas que me quedan. Esa es otra de las
remodelaciones que me dejó la maternidad. Pasé de chasca nivel canuta en
comercial de pantene a el look de golum. Las cejas aún resisten, pero la chasca
y las pestañas me abandonan sistemáticamente todas las mañanas en la ducha, a
puñados. Sería tan bonito que eso mismo pasara en las áreas depilables…
Y ahí estoy, en el baño, contando los pelos que se me han
caído antes de entrar a la ducha y hago el mismo acto de las chicas orientales,
pero pa’ callao, en la privacidad de mi baño, con espejo tristemente grande.
Hago todas las liposucciones y abdominoplastías imaginarias, a la guata, al
chaito, hilos tensores a las pechugas, sacar un par de cucharadas a las
caderas, un corte completo a los muslos. Y luego de observar por partes mi
falsamente mejorado estuche, suspiro, me meto a la ducha y sigo perdiendo pelo.
Pienso en cómo di por sentado el tener pelo para siempre, al igual que la
capacidad de estornudar sin soltar un poco de pipí.
El otro día fui a canjear una gift card que me llegó en
Navidad. He pedido expresamente que por favor no me regalen ropa, porque siempre
termino humillada por no entrar en lo que me llega o entrar y parecer un
arrollado de huaso, o una señora en la pasta. Fui a la tienda, me probé un par
de cosas y volví a casa con una billetera, el corazón roto y 80% del monto sin
gastar. Volveré a la tienda por un bolso y joyitas. Qué tiempos aquellos cuando
en navidad te llegaban 3 trajes de baño y con que fuera la talla correcta
estábamos al otro lado. No saben lo que tienen cabras, disfrútenlo. No lo
estimen, ámenlo, como Alberto Plaza ama hablar weás.
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